Marrakech es uno de nuestros destinos más exóticos, interesantes y maravillosos, y lo mejor de todo es que es una ciudad donde el dinero cunde muchísimo, así que puedes pasártelo de miedo sin que te eche humo la tarjeta de crédito.
Para facilitarte un poco la tarea de exprimir al máximo tu presupuesto, aquí te traemos diez cosas estupendas que puedes ver, hacer y comer en Marrakech por menos de diez euros.
Da el pistoletazo de salida a la jornada tomándote unas tortitas al estilo americano y un café italiano en este tranquilo y agradable local situado en la calle Tariq Ben Ziad. En el Café O2 no solo sirven unos desayunos de excepción, sino que además los precios son casi un regalo.
Puedes pedirte unas tortitas con fruta o, mejor aún, con Nutella o Snickers, acompañadas de un café y un zumo de naranja por solo 45 dírham (poco más de cuatro euros).
Además, el personal es sumamente atento y simpático (hasta con los niños y gatos). Aparte de ser un local magnífico para desayunar, si te cansas en algún momento de la comida tradicional marroquí, puedes pasarte por allí para recargar las pilas con una hamburguesa, una pizza o un panini.
El Jardín Majorelle es uno de los rincones más célebres y bellos de Marrakech, y suele encabezar todas las listas de “lugares imprescindibles”. Es un verdadero remanso de paz en una ciudad que en ocasiones puede resultar demasiado frenética.
El diseño del jardín es una maravilla, cosa comprensible si tenemos en cuenta que salió de la mente creativa de Yves Saint Laurent y su pareja sentimental, Pierre Bergé. Es un lugar repleto de color, maravillosamente cuidado y perfecto para pasear tranquilamente y detenerse a oler el aroma de las flores.
En su interior, hay un pequeño museo sobre la historia y cultura de los bereberes que merece la pena visitar. La entrada al jardín y al museo cuesta solo cien dírham (algo más de nueve euros).
Vayas donde vayas, Marrakech sobrecarga los sentidos, pero no hay nada comparable a la saturación sensorial que provocan los caóticos, abarrotados y a la vez maravillosos zocos.
Hay gente a la que le gusta contar con un guía oficial para descubrirlos, pero no es imprescindible. La clave es perderse y disfrutar dando vueltas mientras tratas de encontrar el camino de vuelta. Eso sí, ten en cuenta que, si pides ayuda a alguien o preguntas cómo llegar a algún punto, te pedirán una propina. Una alternativa más barata es usar la mezquita Koutoubia como punto de referencia para encontrar la plaza de Yamaa el Fna.
Recorrer los zocos es un auténtico placer y no hace falta comprar nada para disfrutarlos al máximo. Sin embargo, si te apetece llevarte algún recuerdo, quédate con la regla de oro: hay que regatear como si te fuera la vida en ello.
Si te gustan la arquitectura y el diseño (y, de hecho, aunque no te interesen lo más mínimo), al ver la Madrasa Ben Youssef te quedarás con los ojos como platos. Se trata de un edificio sencillamente impresionante que en su día fue el centro de estudios islámicos más grande del norte de África.
El patio es probablemente lo más destacable del lugar; mires donde mires, abundan exquisitos adornos tallados en madera de cedro y mármol, preciosos mosaicos de zellij (teselas) y yesos decorativos. La entrada cuesta diez dírham (unos noventa céntimos), así que no entrar sería una verdadera insensatez.
El Centro Amal, situado en la zona de Gueliz, es una elección estupenda por tres motivos. El principal es que es un lugar a donde acuden mujeres desfavorecidas para aprender los oficios de cocinera o camarera, y adquirir habilidades prácticas que las ayudan a la hora de buscar empleo.
El segundo motivo es que es un restaurante magnífico que sirve comida tradicional y fusión a la altura de cualquier local de postín.
El tercero es que te gastarás menos de diez euros, y además ese dinero servirá para apoyar la encomiable labor del centro. En resumen, sobran razones para pasarse por allí a degustar sus deliciosos platos.
La gran plaza de Yamaa el Fna es el epicentro de los zocos de Marrakech. Es un lugar cautivador como pocos, donde se pueden ver actuaciones callejeras, encantadores de serpientes, animales danzantes, pitonisas que leen las manos, artistas que las decoran con henna…
Una forma estupenda de empaparte de su ambiente, ya sea antes o después de recorrer cada uno de sus rincones, es sentarte en una de las muchas cafeterías justo antes del ocaso y tomarte una taza de té a la menta mientras admiras la puesta de sol tranquilamente, ajeno al bullicio de la plaza.
Mi consejo es que no vayas a uno de los caros y pomposos, sino a un hammam público, como hacen los lugareños. La entrada cuesta entre diez y quince dírham (un euro, aproximadamente) y, por entre quince y treinta más, tendrás a alguien frotándote la piel con el tradicional guante árabe para dejarte resplandeciente.
Si tienes la oportunidad y aún te queda algo de calderilla, te recomiendo que compres un bote de sabon beldi (jabón negro elaborado con aceite de oliva).
Por cierto, igual tienes en la mente la imagen de un baño con música relajante, zapatillas lujosas y velas por doquier, pero nada más lejos de la realidad. Un hammam público es un lugar mucho más “terrenal”. Eso sí, después de haber vivido esta experiencia auténtica, te sentirás como nuevo (y no solo por haberte liberado de una buena capa de piel muerta).
Si te sientas en Amandine con un café y un trozo de tarta o un bollo, no sería extraño que por un momento pensaras que estás en una de las pastelerías más selectas de París.
En este local sirven pasteles exquisitos, bollería tierna y jugosa, un café excelente, macarons maravillosos y un milhojas elaborado con tanto esmero y precisión que parece obra de alguien con TOC. Además, con diez euros podrás ponerte las botas.
Por si eso no fuera suficiente, el personal es simpático a rabiar. Te recomiendo las tartaletas de frambuesa y los corne de gazelle, un riquísimo dulce típico marroquí.
La Maison de la Photographie, situada en la calle Ahal Fes (en la medina), nació del deseo de dos coleccionistas de fotografías antiguas marroquíes de contar la historia del país por medio de imágenes.
Las fotos se tomaron entre 1870 y 1960, están organizadas en tres plantas, según la fecha y la región en que se hicieron, y te permiten sumergirte en la historia y desarrollo de Marruecos y sus gentes desde finales del siglo XIX.
La entrada cuesta cuarenta dírham y vale la pena no solo por ver la fascinante colección de instantáneas, sino también por la preciosa azotea del edificio, donde se tienen unas vistas panorámicas espectaculares. Así que toma asiento en el restaurante, pídete un té y un tajín, y contempla la puesta de sol sobre la medina.
Te aseguro que notarás el olor de las curtidurías de Marrakech antes de verlas siquiera. En estos lugares se trabaja el cuero usando una maravillosa mezcla de orina de vaca, caca de paloma y ácidos.
Se trata de un proceso ancestral tan fascinante que puede que hasta logres abstraerte del fuerte olor que se respira en ellas. Bueno, en realidad es bastante poco probable que lo consigas, porque es un hedor insoportable, pero a pesar de todo la visita merece la pena.
Te encontrarás a gente que te ofrecerá visitas guiadas. Estas pueden resultar bastante interesantes, pero, si te decides por contratar los servicios de alguien, asegúrate de acordar el precio de antemano y deja claro que no te pueden obligar a comprar nada en caso de que te lleven a una tienda de marroquinería al terminar el tour.
Si este artículo te ha puesto los dientes largos, echa un vistazo a nuestros vuelos a Marrakech.
- Dee Murray