Los Acantilados de Moher: No aptos para quienes tienen miedo a las alturas

Los acantilados de Moher, en la agreste costa de Clare, son el principal atractivo natural de Irlanda, y es fácil entender por qué. Tengo un vago recuerdo de cuando estuve allí de niña, en un día gris y ventoso, con mi madre, que como es comprensible estaba aterrorizada y me sujetaba firmemente a 15 metros del borde. No me acuerdo exactamente de su tamaño, sino únicamente de que esperaba que fuesen grandes.

 

Pero para ser sincera, la palabra «grande» no es la que mejor los describe.

 

No es fácil comprender la magnitud de un sitio así hasta que no estás ahí arriba, viéndolo de cerca. Puedo intentar describirlo, pero en realidad lo mejor es que vayas y lo admires con tus propios ojos. En su punto más alto alcanzan la friolera de 214 metros, y se extienden a lo largo de los 8 km más espectaculares de Irlanda, en la bella costa atlántica.

 

Simplemente son inmensos. Y oscuros, y solo cuando los tienes delante te das cuenta de que ni las fotos más bonitas y profesionales les hacen justicia. Pero hay algo más. Incluso en los días más bonitos y soleados, los acantilados de Moher están envueltos en un aura especial e inquietante. ¿Sabes esos anuncios y guías de viaje que describen Irlanda como un país misterioso, salvaje y romántico? Pues cuando estás ahí arriba en los acantilados, empiezas a captar de qué se trata.

Lo primero que visito es la torre O’Brien, que fue construida para ser un mirador (y no como torre de vigía, como muchos piensan) por el emprendedor Cornelius O’Brien en 1835. Me encanta. Creo que se ha extendido la creencia de que la torre se utilizaba para vigilar la llegada de barcos guerreros y vikingos que venían a saquear los pueblos del interior. Pero nada más lejos de la realidad: el Sr. O’Brien solo quería disfrutar de las vistas. Lo más curioso (y que da buena idea de su capacidad visionaria) es que Cornelius O’Brien no solo previó el potencial de los acantilados como atractivo turístico, sino también el del turismo como fuente de riqueza que permitiese sacar a la población de la zona de la pobreza.

 

Me encanta la historia que hay detrás de la torre y, aunque subir solo cueste 2 EUR, sinceramente no pasa nada por no hacerlo. De hecho, las torretas obstruyen ligeramente la vista. Mientras estoy en el tejado de la torre me doy cuenta de cuál es realmente el punto fuerte de los acantilados, y no se trata únicamente de las increíbles panorámicas. Es cierto, son impresionantes, pero de lo que tengo más ganas es de bajar hasta el mismísimo borde.

 

Creo que lo que realmente atrae a tanta gente allí es lo mismo que hace que veamos películas de terror: el pánico. El deseo de tener miedo, de sentir el pavor de caer abajo y el miedo a las alturas, de estar cerca de la muerte pero a salvo. Los acantilados de Moher te obligan a sentir ese miedo de manera muy visceral, y es genial y espantoso a la vez, y además sabes que no eres la única persona allí que tiene esa sensación. Cuando miro alrededor veo gente a lo largo de los salientes agarrados entre sí y riéndose, acercándose con cautela al borde, hasta que no se atreven a seguir. Esto es lo que hace que vengan a visitarlo.

Me arrimo al borde del acantilado y me siento con las piernas colgando sobre un grueso saliente de roca a unos 200 metros de altura. Miro abajo y se me revuelve un poco el estómago. Me tiemblan las piernas, me da vueltas la cabeza, siento cómo me sube la adrenalina y solo me vienen a la mente imágenes de salientes que se vienen abajo y yo cayendo en picado. Las olas rompen con fuerza contra las negras y escarpadas rocas a lo lejos, allá abajo, y el mar pasa del azul oscuro al agua marina hasta que explota en miles de burbujas blancas.

 

Tiro una piedra y cuento lentamente hasta 11 antes de que llegue al agua.

 

Es realmente espeluznante, pero no se me ocurre un sitio más bonito para sentir miedo.

 

El aparcamiento oficial cobra 6 EUR por persona (gratis para los menores de 16 años) , pero algunos granjeros de la zona han empezado a ofrecer un servicio más barato (2/3 EUR por todo el día) en los acantilados que están cerca de Hag’s Head con la idea de que la gente camine desde allí hasta el centro de visitantes y regresen. Nosotros fuimos al aparcamiento principal; 6 EUR por persona no nos pareció excesivo y de esta manera podíamos ver la exposición del centro de visitantes.

 

Hay que respetar en todo momento la señalización y no saltar los muros que impiden el acceso a ciertas partes del borde. Están allí por algo. Si hace mucho viento, conviene mantenerse lejos de los salientes.