Al parecer, este ha sido uno de los peores inviernos que se han vivido en la isla en los últimos años. Tres personas prácticamente se han disculpado por ello en mis primeras 24 horas en Fuerteventura. Estamos a mediados de enero y vengo de Dublín, y la idea de que 19 grados de temperatura y un cielo parcialmente nuboso equivalgan a un invierno horrible me hace hasta gracia.
En este viaje, he venido a Corralejo, un pueblo pequeño y bastante animado situado en el extremo norte de la isla. Llegar hasta aquí resulta muy fácil y barato; tan solo hay que coger el autobús número tres desde el aeropuerto hasta la estación de guaguas y luego la línea seis, que tarda unos cuarenta minutos. El trayecto completo cuesta menos de cinco euros. Si prefieres coger un taxi, te puede salir por unos 45, que no está mal si compartes los gastos, aunque para mí el autobús se lleva claramente la palma.
La verdad es que nunca había elegido un destino de sol y playa en invierno, aunque no sé muy bien por qué; es una idea genial. Puedes pasar una semana entera sin tener la calefacción a todo meter, sin tener que saltar de la cama y vestirte a la carrera para no exponer la piel al frío más de lo imprescindible, sin tiritar cada vez que sales de la ducha…
Para mí lo mejor de todo, y eso que la lista de puntos a favor es casi interminable, es poder sentarte en una terraza. Tan sencillo como eso. Sentarte y sentir el aire fresco en la cara mientras te tomas un café o un enorme gin-tonic sin empezar a sufrir síntomas de hipotermia a los pocos segundos.
Dicho esto, he de admitir que en las playas de Corralejo suele hacer bastante viento y las temperaturas no siempre son las más idóneas para tumbarte en la arena a tomar el sol tranquilamente, pero para mí eso no es ningún inconveniente. Al fin y al cabo, no he venido hasta aquí para ponerme morena.
El motivo de mi viaje es otro… He venido por el Atlántico y, más concretamente, por las olas.
Aparte de ser una isla preciosa, volcánica y soleada, Fuerteventura tiene la ventaja añadida de ser una de las mecas de surf del continente. Los fuertes vientos del Atlántico provocan corrientes en la costa occidental y, por tanto, olas enormes y maravillosas. En realidad, resultan un pelín intimidantes para una surfista inexperta como yo.
Mi plan inicial era alquilar una tabla y un neopreno y surfear a mi aire. Sin embargo, ha sido ver el tamaño de las olas y decidir que quiero unas clases de surf (mejor dicho, que necesito unas clases de surf), así que pongo rumbo a la Fuerteventura Surf School (una nueva escuela de la popular Kailua Surf School), en la calle Grandes Playas. El dueño, Adan Ferreres, es la encarnación de todo lo que esperarías del propietario de una escuela de surf en esta increíble isla, un hombre simpático y “buenrollero”.
Elijo un curso de tres días de duración que cuesta 120 euros (el de un día sale por 45). Las clases duran de diez de la mañana a dos del mediodía e incluyen el servicio de recogida en tu hotel o apartamento (o en tu cafetería preferida, porque yo, sinceramente, prefiero esperar tomándome un café, un cruasán y leyendo un libro en una terraza).
Las clases tienen lugar en la zona con las condiciones más idóneas dependiendo del día, normalmente en la playa de El Cotillo, en la costa noroeste. Mi monitor, Massimo, es un italiano guapísimo, muy majo y algo estereotípico que ha bordado el look de “surfista buenorro” con su melena larga rubia y sus ojos azules. Le pregunto a dónde vamos y, como era de esperar, me responde que a El Cotillo.
Tardamos unos veinte minutos en llegar. Las olas son enormes, aún más que las de ayer, y me alegro lo que no está escrito de haber optado por dar unas clases. Bajamos nuestras cosas hasta la arena, nos ponemos el neopreno y calentamos un poco antes de comenzar con la parte “en seco” de la lección. Ya he surfeado alguna vez que otra, así que Massimo me pide que me ponga de pie sobre la tabla un par de veces para comprobar mi técnica. Me da un par de consejos y luego me manda al agua para concentrarse en el resto de alumnos del grupo. Ninguno de ellos ha surfeado en su vida, así que necesitan un poco más de atención para dominar lo básico. En cuanto a mí, ha llegado la hora de lanzarme al agua…
Mi primer día en el mar después de tanto tiempo es increíble. El Cotillo es una playa espectacular, luce el sol, consigo cabalgar alguna que otra ola (más bien pocas, lo admito) y redescubro mi pasión por el surf. La sensación que te invade es indescriptible. Me importa bien poco tener la misma gracia que un elefante borracho y torpón, o acumular un sinfín de fracasos estrepitosos antes de vivir un breve instante de gloria porque son precisamente las caídas las que hacen que el momento de ponerte en pie resulte glorioso. Estoy impaciente por que llegue la clase de mañana.
Los siguientes dos días no van tan bien como el primero. El intenso viento convierte las olas en una especie de caos espumoso, estoy agotada y tengo la impresión de pasarme el rato bebiendo agua salada en lugar de surfeando. Sin embargo, Massimo está acostumbrado a lidiar con estos reveses, me da consejos con toda la paciencia del mundo y, lo más importante, me anima cuando siento que la frustración empieza a hacer mella en mí.
A pesar de la mala experiencia, no tiro la toalla y alquilo una tabla para dos días más. Por suerte, parece que el mar decide darme una tregua y empiezo a notar un ligero progreso. Si nunca has surfeado, mi consejo es que des al menos dos clases (o más si es posible) porque hay muchísimas cosas que aprender, y ayuda lo indecible tener a alguien pendiente de tus movimientos y que corrija tus errores. Si has surfeado un poco, pero notas que te has estancado, las clases también son estupendas para pulir la técnica y enmendar malos hábitos.
Si te vas a animar a probar este maravilloso deporte, es importante que sepas algunas verdades que no siempre te cuentan:
1) Los buenos surfistas hacen que parezca mucho más fácil de lo que en realidad es.
2) No es sencillo aprender.
3) Si haces yoga, nadas o practicas otros deportes y estás en buena forma física, te resultará algo más fácil.
4) Aun así, sigue sin ser fácil en absoluto.
5) Las olas grandes dan miedo y son agotadoras.
6) También son de lo más divertidas... Surfear es divertidísimo.
7) El surf te enseña a tener paciencia.
8) Toda la frustración (que es mucha) queda olvidada en cuanto consigues coger una ola.
De verdad, la experiencia merece la pena, y mucho. Si aún no te he convencido, piensa en los surfistas que conoces. ¿A que suelen ser gente despreocupada y feliz? Pues es por algo… Así que anímate y ¡lánzate a conquistar las olas!