Viaje por carretera en familia: el norte de Marruecos

Después de descubrir el verano pasado la preciosa y a la vez salvaje Ruta Costera del Atlántico, este año decidimos embarcarnos en un viaje de dos semanas repleto de exotismo por el norte de Marruecos.

 

Para la mayoría de familias europeas, Marruecos es un destino en el que esperan misterios y maravillas desconocidas, un viaje en alfombra mágica en busca de nuevas experiencias.

 

Nuestra primera parada fue Tánger, la ciudad portuaria más grande del país, que ha dejado atrás su modesto pasado gracias a la enorme transformación vivida durante el reinado de Mohammed VI. Con su nuevo y reluciente puerto y su paseo marítimo salpicado de palmeras, Tánger se ha convertido en un verdadero paraíso vacacional.

Nos pusimos en marcha en nuestro coche de alquiler (Green Motion, que reservamos a través del servicio de alquiler de Ryanair) con el objetivo primordial de saciar nuestro apetito voraz. En Tánger hay muchísimos locales estupendos para comer, pero, siguiendo el ejemplo de los lugareños, decidimos acudir a la medina para probar la captura del día. Allí encontramos de todo: un atún de más de 130 kilos, calamar gigante o incluso tiburón. En ese verdadero paraíso para aficionados al pescado, nos pusimos las botas comiendo marisco por un precio muy inferior al que habríamos pagado en cualquier sitio europeo.

A continuación fuimos al paseo marítimo, donde encontramos cafeterías, tiendas clásicas y contemporáneas, y productos típicos de la zona. Podríamos haber deambulado durante horas por las calles de la ciudad, pero las aguas del Mediterráneo son demasiado tentadoras y estábamos impacientes por darnos un chapuzón. En lugar de elegir la playa urbana de Tánger, preferimos desplazarnos hasta Oued Negro, una bahía tranquila situada a media hora en coche de allí, y pasamos los siguientes días de nuestro viaje en el maravilloso Banyan Tree Tamouda Bay.

Al atravesar la puerta de entrada, nos topamos con un jardín precioso rodeado por un pueblecito de casas con tejados de cobalto. Seguimos el camino, pasando junto a estanques ocultos y admirando los patrones geométricos islámicos, hasta llegar a una zona de recepción que parecía un auténtico palacio, y donde además nos dieron un recibimiento digno de la realeza.

Este hotel cuenta con 92 casas de lujo, todas ellas con piscina privada. En la nuestra, tras unas pesadas puertas de madera, nos esperaba una estampa espectacular, con grandes cortinas, techos abovedados, columnas llenas de ornamentos y mosaicos.

 

Cada mañana, después de tomar tortillas recién hechas, fruta fresca y una selección de platos tradicionales marroquíes, nuestros peques nos pedían casi de rodillas que los lleváramos al club infantil, donde Gigi, la monitora, los tenía la mar de entretenidos con el karaoke, excursiones a la playa y proyectos de manualidades.

Podríamos haber pasado el día entero tumbados junto a la piscina principal, escuchando los ritmos del dj privado, o en las espectaculares playas que había frente al hotel, pero somos una familia inquieta y por eso decidimos sacar partido a algunas de las actividades que ofrecía el Banyan Tree. El lunes fuimos en quad a la preciosa laguna Smir, el martes dimos clases de equitación y el miércoles pasamos la tarde recorriendo en bici la zona costera cercana. El hotel también pone a disposición de los clientes tours para avistar delfines y ballenas, además de sesiones de submarinismo, aunque por desgracia el tiempo no nos cundió lo suficiente como para aprovecharlos.

El Banyan Tree es el punto de partida perfecto para explorar ciudades vecinas, ya que ofrece servicio de transporte y guías expertos para descubrir Chefchaouen (la célebre ciudad azul) y Tetuán (cuya medina ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO).

 

Al regresar al hotel después de pasar el día entretenidos con las diferentes actividades, el balneario del Banyan Tree hizo nuestras delicias gracias a sus maravillosos tratamientos con técnicas tradicionales e ingredientes naturales. La romántica ducha de lluvia, que es como atravesar una a una todas las fases de una lluvia tropical, fue uno de nuestros grandes descubrimientos.

 

Además, en el aclamado restaurante tailandés del hotel emprendimos un viaje culinario llamado “Experiencia de azafrán”, antes de tomarnos un cóctel en el espectacular bar de la azotea, con unas vistas panorámicas magníficas del resort y de los pueblos cercanos.

Cuando llegó el momento de marcharnos, fue como si nos despidiéramos de nuestra familia; desde luego, el Banyan Tree Tamouda Bay dejó el listón muy alto para los demás hoteles de nuestro viaje…

 

Nuestra siguiente escala fue el Parque Nacional de Talassemtane, un lugar mágico que combina paisajes desérticos, montañas atravesadas por riachuelos, valles y gargantas.

 

A dos horas al sur de Tetuán, enclavado en un paisaje montañoso impactante y rodeado de cascadas, se encuentra el Ermitage d’Akchour, un paraíso para amantes de la naturaleza que ofrece cabañas independientes a aproximadamente kilómetro y medio del aparcamiento más cercano.

El establecimiento se encarga de recoger a los clientes y llevarlos al edificio principal, que es a la vez recepción y restaurante al aire libre. El resto del espacio está repleto de rincones chill out, con gruesas alfombras marroquíes y cómodos cojines, jardines exuberantes, un anfiteatro al aire libre y hogueras nocturnas.

 

Nuestros peques se lo pasaron en grande chapoteando en los riachuelos y piscinas cercanas, y haciendo senderismo para ver las cascadas, y se quedaron con los ojos como platos con el espectacular puente natural Le Pont de Dieu (Puente de Dios). Disfrutamos nadando en aguas heladas, y luego regresamos a nuestra terraza para admirar el cielo estrellado. Créeme, el término “paraíso” se queda corto para describir este lugar.

En las montañas del Rif, a una hora al sur, se encuentra Chefchaouen, un destino turístico muy popular debido a sus tonalidades azules. Cuando estés allí, compra algún recuerdo en una de sus tiendecitas o deléitate con uno de los muchos platos típicos condimentados con ras-el-hanout, una mezcla de treinta especias que incluye cúrcuma, pimentón, cardamomo, guindilla, comino o canela, entre otras. En esta ciudad mágica también merece la pena visitar la Plaza Uta el-Hammam, la Gran Mezquita y la medina.

Después de pasar una semana en Marruecos, teníamos la sensación de que nos había tocado el premio gordo de la lotería. Estábamos descansados, felices y con fuerzas renovadas, y nos preguntábamos si el viaje todavía podía ir a mejor. Por suerte para nosotros, el país aún nos tenía reservada alguna que otra sorpresa.

 

Vuelos a Marruecos

 

- Karyn Gorman y Olav Adami